13/02/2013
Es un vacío inmenso.
Difícil de esconder,
imposible de comer.
Lo saco a pasear y
sentado en mi nuca llega a lavar sus pies en mis ojos.
Confío en que,
eventualmente,
el cansancio lo empujará
a sentarse en mi hombro.
A esa altura podré mirar
su rostro.
Encararlo.
Mientras, chapotea en mis
ojos con sus patitas.
Hunde sus manos en mi
pelo y me llega hasta los sentimientos.
Juega con mis nervios
como si fuera un gato con una bola de lana.
Para aquí, para allá,
junta estos, aleja aquellos.
Confío en que,
eventualmente,
el cansancio lo empujará
a sentarse en mi hombro.
A esa altura podré mirar
su rostro.
Encararlo.
Por ahí cuando me
encariño se va,
los cazadores actúan así,
los fóbicos también.
Y suelen convivir en la
misma persona.
Es un trepador tan
habilidoso
que se enrieda en mis
tobillos.
Cuando lo pierdo de
vista,
de entre letras, sillas,
panes, techos
sale y me dice “acá toy”
Confío en que,
eventualmente,
el cansancio lo empujará
a sentarse en mi hombro.
A esa altura podré mirar
su rostro.
Encararlo.
E improvisar.